Se cuenta que doña Ana era hija única de un hombre intransigente y violento pero por fortuna, siempre triunfa el amor por trágico que éste sea.
Doña Ana era cortejada por un joven galán, don Carlos. Al ser descubierta por su padre, sobrevinieron el encierro, la amenaza de enviarla a un convento, y lo peor de todo, casarla en España con un viejo y rico noble, con lo que, además, acrecentaría el padre su mermada hacienda.
La bella y sumisa criatura y su dama de compañía, doña Brígida, lloraron e imploraron juntas, pero de nada sirvió.
Así, antes de someterse al sacrificio, resolvieron que doña Brígida llevaría una misiva a don Carlos con la infausta nueva.
Mil conjeturas se hizo el joven enamorado, pero de ella, hubo una que le pareció la más acertada.
Una ventana de la casa de doña Ana daba hacia un angosto callejón, tan estrecho que era posible, asomado a la ventana, tocar con la mano la pared de enfrente.
Si lograban entrar a la casa de enfrente, podría hablar con su amada y, entre los dos, encontrar una solución a su problema. Pregunto quién era el dueño de aquella casa y la adquirió a precio de oro.
Hay que imaginar cuál fue la sorpresa de doña Ana cuando, asomada a su balcón, se encontró a tan corta distancia con su joven enamorado.
Unos cuantos momentos habían transcurrido de aquel inenarrable coloquio amoroso, pues, cuando más abstraídos se hallaban los dos amantes, del fondo de la pieza se escucharon frases violentas. Era el padre de doña Ana increpando a Brígida, quien se jugaba la misma vida por impedir que su amo entrara a la alcoba de su señora.
El padre arrojó a la protectora de doña Ana, como era natural, y con una daga en la mano, de un solo golpe la clavo en el pecho de su hija.
Don Carlos enmudeció de espanto, pues la mano de doña Ana seguía entre las suyas, pero cada vez más fría.
Ante lo inevitable, don Carlos dejó un tierno beso sobre aquella mano tersa y pálida, ya sin vida.
Por esto a este lugar,en el corazón de la ciudad de Guanajuato, se le llama el Callejón del Beso.
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